Comentario
El feudalismo nos aparece como una sociedad de clases en la que hay que incluir las ciudades, y como tal sociedad de clases conoció los conflictos propios de los diferentes intereses, aspiraciones y evoluciones de dichas clases. Ahora bien, si por una parte hay que considerar los conflictos existentes entre las ciudades y los elementos feudales, por otra se debe hacer igualmente con los suscitados entre los menestrales y los comerciantes, que constituían oligarquías económicas y políticas frente a aquéllos y otros sectores medianos y modestos; sin olvidar las tensiones entre maestros de oficio y otras categorías laborales que dieron lugar a veces a enfrentamientos violentos.
En lo relativo a los conflictos de las ciudades con el poder feudal, la lucha estuvo en la aspiración de los comerciantes urbanos a partir del siglo XI por llegar a conseguir "cartas de franqueza" que les permitiera la autonomía administrativa como entes locales, la libertad personal para comerciar, un comercio libre dentro de la ciudad sin tasas feudales o revirtiendo en favor de los burgueses, para controlar el intercambio, y también una jurisdicción interna para todos los habitantes de la ciudad; jurisdicción que si seguía administrada por los delegados señoriales no reclamara que los burgueses fuesen juzgados por tribunales feudales ajenos a la ciudad.
Estas aspiraciones de autonomía tras la consecución de privilegios comunes por las ciudades enfranquecidas lo eran en contra de la autoridad real o señorial, pero servían asimismo para privilegiar a las oligarquías mercantiles en contra de los artesanos y clases bajas. Por eso, aun cuando se ha hablado fervorosamente del movimiento comunal (sobre todo en Francia), acaso se ha exagerado la importancia de dicho movimiento como liberación burguesa del yugo del feudalismo; porque en realidad no representó tal liberación. En la Francia comprendida entre el Loira y d Rin, a fines del siglo XII apenas había veinte ciudades constituidas en comunas, y algunas verían suprimido después su régimen abierto, pues en realidad -como ha demostrado Petit-Dutaillis- aun existiendo en ellas conflictos violentos, dichas comunas no eran movimientos dirigidos en contra de la feudalidad sino que los propios monarcas feudales y los señores que rodeaban la corte las mantenían y alimentaban frente a los señores feudales que las administraban, tratándose por tanto de conflictos, si los hubo, dentro del seno feudal y entre feudales más que entre éstos y burgueses o de los burgueses entre sí.
Ahora bien, si en el norte el movimiento comunal fue un hecho controvertido y contradictorio por las razones expuestas hasta ahora, en el mediodía se formaron algunos gobiernos urbanos llamados consulados, en los cuales sus primeros miembros fueron a menudo de la pequeña nobleza y de la burguesía comercial -como recuerda R. Hilton-. De hecho, el paso del "gobierno señorial al consular" se pudo hacer sin violencias y con el acuerdo entre los condes y señores con los cónsules.
Se puede discutir, no obstante, si el movimiento comunal que tuvo en Francia tanto predicamento sirvió para otras regiones como movimiento liberalizador de los yugos señoriales de la monarquía o de los particulares laicos o eclesiásticos. Comunas existieron en otras áreas continentales e insulares, como en Inglaterra, pero muchas de estas comunas nunca fueron una seria amenaza para la monarquía o sus señores privados. Así lo demuestra el hecho de que Londres, por ejemplo, recibió en 1130 una carta de franquicia dada por la monarquía a la que siguieron otras ciudades; a pesar de que algún cronista recogiera una mala impresión de la comuna (lo hemos visto con Guibert de Nogent), como sucede a fines del siglo XII con el monje Ricardo de Devizes, quien escribe: "la comuna es el temor de la plebe, el temor del reino y la tibieza de los sacerdotes".
En Inglaterra, algunas ciudades lograrán con este movimiento comunal que los burgueses compren los privilegios necesarios para actuar con libertad mediante el arriendo al rey de todas las rentas reales cuando la monarquía necesitaba dinero corriente para sus necesidades. Y aunque algunas franquicias se abolieron en momentos de crisis política, otras se mantuvieron. No obstante lo cual, se puede ratificar el juicio de Petit-Dutaillis al decir que buena parte de las ciudades europeas -especialmente las de Francia e Inglaterra- eran "señoríos colectivos" en una sociedad feudal. De forma que, sin particularizar, las ciudades podían ejercer su dominio sobre el alfoz como un señorío más; la ciudad podía autoadministrarse sin desvincularse del todo del poder feudal que la había soportado en principio; y, finalmente, algunos gobiernos urbanos ejercieron un control feudal sobre la masa de la población a través del predominio oligárquico de una minoría de comerciantes que controlaban la actividad productiva de los artesanos y operarios, en general, como los señores rurales hacían con la renta campesina. Claro que la plusvalía urbana se explotaba de diferente manera que en el señorío feudal, pero la coerción era la misma en su sentido represivo y acosador.
En este cruzamiento de intereses, jurisdicciones y aspiraciones, aparte de los conflictos jurisdiccionales, más similares a los producidos en la sociedad rural, existieron conflictos entre las diversas clases sociales. Conflictos en los que el argumento más socorrido era el de enfrentar a poderosos con débiles (comerciantes con artesanos, artesanos con oficiales y aprendices, etc.), a unas clases con otras, dentro de una dinámica de lucha de clases urbanas con una mentalidad feudal. Sin embargo, aun reconociendo que existía una fuerte jerarquía de clases y que había algunas familias burguesas que controlaban los oficios, la producción y la distribución de bienes y servicios, creando antipatías en el resto, los conflictos vinieron más bien por la continua queja de la población de las ciudades a causa de la política impositiva.
Los maestros artesanos, los comerciantes, los trabajadores y las gentes de la ciudad en general, sintiéndose excluidos del gobierno municipal, contemplarán los impuestos como una sustracción que los poderosos de la comunidad manejaban para descargarse ellos mismos y hacer recaer su peso sobre el resto. Fue, por ello, a causa de la percepción de impuestos por la monarquía o los príncipes feudales en general, pero también por las cargas concretas de los gobiernos urbanos, por lo que vinieron los conflictos que, si bien fueron de mayor envergadura en la baja Edad Media, alteraron la paz y el orden en el medio urbano de Europa.
En cuanto a las relaciones entre maestros y oficiales, hay que tener en cuenta que los menestrales maestros de oficio fueron a veces cabecillas de los movimientos en contra de los abusos impositivos tanto como lo fueron asimismo en contra del cerramiento de los campos comunales, aspecto este último que causaría igualmente alteraciones. Pero, a la vez, tenían que apoyarse en la oligarquía urbana pare sofocar la rebeldía de los oficiales contra ellos, deshaciendo la idea idílica de que el taller menestral medieval era un oasis de paz y concordia, cuando lo frecuente fue precisamente lo contrario.
Todos estos movimientos y enfrentamientos en el seno de las ciudades que constituyeron un capítulo importante dentro de la llamada por J. L. Romero "revolución burguesa en el mundo feudal" hace que se pueda pensar que las revueltas y contestaciones no eran irracionales; se trataba de movimientos de clase y en ocasiones acogían otras protestas añadidas de pobres, menesterosos y desalmados; los cuales, al provocar particularmente la agresividad, en muchos casos cruenta, han dado pie para interpretar los alzamientos, rebeliones y asaltos como movimientos esporádicos sin ideario ni finalidad concrete. Visión que desde los propios contemporáneos a los hechos hasta hoy mismo se ha sostenido en algunos ambientes del poder o de la historiografía.
En resumen, la identificación entre los poderes feudales y los grandes mercaderes hizo que ni siquiera los movimientos comunales fueran dirigidos, por sistema, contra los principios del feudalismo, puesto que los intereses de ambos grupos eran los mismos. Lo que no significa, sin embargo, que en el ambiente urbano predominase la armonía en muchos casos.
El estudio de la ciudad, aunque se pueda hacer aisladamente desde la componente física, topográfica, urbanística y de planificación durante los siglos XI al XIII -es decir, en su materialidad-, encajándola en un apartado contrastado con el medio rural, en cuanto se le acompaña de vida y relación social -es decir, económica y fiscal- se inserta en el sistema feudal imperante en estos siglos de la madurez del fenómeno del feudalismo. Porque, como hemos visto, la sociedad urbana no fue entonces ni una sociedad aséptica, ni separada totalmente de la mentalidad y condicionantes rurales, ni tampoco desclasada.
Los mecanismos de acceso al poder municipal, consular, comunal o concejil sirvieron pare crispar la relación entre clases, distanciar dentro de las propias clases, que depuraban sus dirigentes, y crear una conciencia de dependencia feudal en los oficios y talleres, de libertad de actuación secuestrada y de rentas sustraídas por la fiscalidad real o urbana en favor de la oligarquía dominante. Lo cual no es simplemente un discurso teórico sino una realidad contrastada en los ejemplos conocidos hasta ahora.